Tienes una poética sobre la microficción.
De todos mis libros, éste es el único en el que he abordado una narrativa tan breve. Pero me gusta ponerme a prueba, adentrarme en nuevos retos. Tras escribir cuatro novelas, teatro y poesía, ha sido un placer aventurarme en este terreno, en el que lo lúdico se ha entremezclado con la historia, la literatura, el mito... Además de este juego híbrido, está la voz, la necesidad interior de “ver” el mundo con una mirada poética, también crítica, en muchas ocasiones desmitificadora y llena de humor. Es un libro con el que he disfrutado y en el que el lector puede adentrarse como quiera, abriendo sus páginas al azar, avanzando de atrás para adelante, consultando o no el índice... Mi intención es no dejar indiferente al lector y hacerle percibir la presencia humana en este planeta de un modo distinto.
¿Cómo te van llegando los microrrelatos, sales a buscarlos o te van encontrando?
Creo que dentro de la diversidad de temáticas del libro hay una unidad que aglutina todas sus páginas, sobre todo una pretensión jocosa, un anhelo de disfrutar de la literatura. De todos los temas, unos pocos llegaron a mí por casualidad; pero la mayoría los he buscado, indagando en mi propio imaginario, en mis recuerdos, en mis gustos. El libro pretende contagiar algo (espero que no algo vírico), acaso una especie de sed por preguntarse las cosas, por cuestionar el mundo.
Cuál es tu técnica de trabajo sobre los textos hiperbreves?
Es difícil, incluso para el propio autor, rebobinar y averiguar cómo y por qué surge un tema para un relato. La imaginación es prima hermana del inconsciente. Pero donde sí actúa uno con plena premeditación es en la técnica, en el tono, en el lenguaje. El mayor reto al trabajar con textos breves es el de la eficacia y la concisión. En ocasiones el lector puede preguntarse: Si este cuento tiene veinte líneas y ya he leído quince, ¿cómo diantre puede acabar? Se trata de redondear una historia con las menos piezas posibles, y sobre todo, sugerir, dejar un poso entre líneas para que la imaginación del lector construya en su mente con los colores que uno le ha ofrecido. En mi caso, que huyo de lo críptico como de la peste, ha sido un reto muy interesante. Sugerir e incitar: esto es cuanto le pido a un texto mío que aspire a ser incluido en un libro.
¿Te documentas para escribir microrrelatos? En los verídicos hay un trabajo de informarse para luego escribir…
En muchos de ellos he necesitado datos, en efecto, pero he evitado construir un libro destinado a demostrar erudición. Al contrario; he intentado compartir. Al conocer una anécdota potente, ¿no siente uno la poderosa necesidad de contársela a alguien? Algo así me ha sucedido con algunos hechos, o con mi particular visión de algunos otros.
¿Qué les dirías a los que tienen al género hiperbreve como insustancial o poco literario?
No soy un experto lector de este género, pero que intenten sostener esa idea tras haber leído algunas delicias de, por ejemplo, Manganelli o Cortázar. Quienes se preocupan tanto de etiquetar la literatura posiblemente se enfrascan en algo tan absurdo como empaquetar vasos de agua de distintos colores. Las fronteras entre géneros y los límites de algunos cánones estéticos son dos de las líneas más divertidas de traspasar. De hecho, en Ficcionarium hay algunos textos breves que no son relatos; son, agárrense los puristas, “ensayos hiperbreves”.
Al final del libro hay una relación de los cuentos ficticios, híbridos y verídicos ¿Por qué no nos dejaste con la intriga? Yo por lo menos decidí no leerla toda, que es una opción…
Dudé respecto a si cada relato debía tener junto al título una marca que aclarara su carácter verídico o no. Opté por arrojar luz sobre esto sólo en el índice, con la idea de que quien no desee saberlo disfrute del libro a su gusto. En cierto modo me tentó mucho dejar la duda en el aire, pero sentía lástima de algunos personajes reales, que me pedían a gritos este resquicio al que sujetarse (por ejemplo Maria Reiche).
¿Cuándo se enteró Fernando Palazuelos que quería ser escritor?
Parece absurdo, pero me percaté de ello dos años después de terminar mi primera novela. La guardé en un cajón sin que la viera nadie. Pasado ese tiempo, a raíz de un premio por un relato, decidí enviar la novela a un concurso. El libro gustó. Ganó tres premios en un año. Entonces comencé a preguntarme en serio qué tenía la literatura que tanto me cautivaba, no ya solo como lector, sino también como creador. Por otro lado, a los veinte años abandoné mis estudios de arte. Lo hice bastante decepcionado con la universidad en la que estaba matriculado. Unos años más tarde descubrí que la literatura me ofrecía un campo idóneo para mi creatividad.
Para entrar en tu universo literario ¿qué libro tuyo nos recomiendas?
Todos son criaturas nacidas de mi entraña, y es difícil decantarse. Tal vez mi cuarta novela, Pura chatarra, que no es muy extensa y es muy emotiva (según dicen).
Recomiéndanos un par de libros.
Mañana elegiría otros dos distintos, y pasado mañana otros, seguramente, porque es muy difícil decantarse. Pero hoy se me ocurren estos: El palacio de los sueños, de Kadaré, y La impaciencia del corazón, de Stefan Zweig.
“Sueño visionario” es un texto que me maravilló ¿qué sueña Fernando Palazuelos sobre el futuro del libro?
Como muchos otros autores y lectores amantes del papel impreso, estoy a la expectativa. Viendo lo que está sucediendo con el mundo de la música, el asunto da pavor. Sentiría una tristeza inmensa si el libro de papel desapareciera, engullido por este vertiginoso ritmo del progreso tecnológico. Temo que la versión real de la novela de Bradbury pueda llegar a ser peor incluso. En lugar del fuego, del que el destino sólo librará a unos pocos, a los libros de papel tal vez les aguarde otro horror: el vacío. Desde hace tiempo tengo un relato hiperbreve en la mente, aún pendiente de ponerlo por escrito. Podría ser momento de ponerlo en palabras. Su borrador podría ser éste:
“En un futuro no muy lejano, el patrimonio escrito del mundo ha sido escaneado, todas las bibliotecas han sido desmanteladas, en las librerías se vende abono para los invernaderos de los tejados y millones de páginas han sido recicladas para fabricar teclados ecológicos. Un día un informático experto en virus sofisticados encuentra un terrible troyano denominado Qwerty-451. Lo mantiene aislado y lo estudia durante semanas, sorprendido de su complejidad y de su potencial destructor, latencia letal que se activará al de un año de ser creado. Con el fin de lograr un antivirus eficaz lo analiza con cautela, como si se tratara de la cepa de la viruela. No obstante, al manipularlo comete un error. El virus se activa. Pronto se extiende por la red. En cuestión de días las hemerotecas virtuales se corrompen, los registros documentales se deshacen como comidos por una enfermedad incontenible, y toda la literatura digital del planeta, presente y pretérita, se descompone, dejando un vacío que nadie sabe cómo aliviar.”
(Entrevista efectuada por el escritor Pedro Crenes Castro, publicada en www.labibliotecaimaginaria.es)
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