Lecturas

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En esta sección cuelgo comentarios de libros que, por uno u otro motivo, me ha apetecido analizar (y si he tenido un rato para hacerlo, claro). Son opiniones personales cuya razón de ser es simplemente compartir con otros la agradable resonancia de ciertas lecturas. Ojalá pudiera hacerlo con cada buen libro que leo. 


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Contra el monstruo humano
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Némesis
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Autor: Alfred Nobel
Edita: Baile del Sol, Tenerife, 2008
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El sueco Alfred Nobel es mundialmente famoso por los premios que dejó como legado. Aunque conocido por su faceta como ingeniero e inventor de la dinamita, también escribió poesía y, en 1896, una obra de teatro titulada Némesis. Se editó en París, aunque él no llegó a ver los ejemplares impresos. A su muerte, el pastor de la legación sueca en París, Nathan Söderblom, decidió junto con sus herederos destruir todos los ejemplares excepto tres para que la reputación de Nobel no quedara marcada. En la actualidad sólo se conoce un ejemplar, depositado en el Archivo Nacional de Suecia. Más de un siglo después de su muerte, en diciembre de 2005 el teatro Strindbergs Intima de Estocolmo estrenó la obra, texto que en su tiempo se censuró por sacrílega e irreverente, acusada de tratar asuntos tan escabrosos como el incesto y la venganza violenta. En realidad el asunto que trata es una revisión, una versión más (ya había varias, entre ellas la del poeta inglés que Nobel admiraba, Percy Bysshe Shelley) de la historia verídica de una muchacha italiana de veinte años llamada Beatrice Cenci. Al parecer esta joven mató a su padre por abusar de ella, lo que la llevó a ser condenada y ejecutada junto a sus cómplices en 1598.


Esta joyilla acaba de ser traducida por primera vez al castellano y publicada por la editorial independiente Baile del Sol. Al respecto de la dureza del texto, el lector no debe recelar. Existen hoy día novelas y películas que han tratado el tema de la violencia sádica con absoluto realismo (incluso en primera persona, como en American Psycho, lo cual resulta estremecedor). No soy admirador de este género, ni siquiera de las películas sobre la mafia, pero entiendo que no era justo que las páginas de Némesis estuvieran en la sombra, en la oscuridad de aquel pozo del cuento de Poe. Trataré de explicar por qué.


Hay algo muy interesante en la obra: el punto de vista religioso y moral. Brilla una gran modernidad en el tratamiento desmitificador y trasgresor de ambos conceptos. En el texto se entabla un duelo que, en realidad, no radica en el clásico litigio entre el Bien y el Mal. No es así porque queda latente que el Bien, representado por una Iglesia corrupta, enfermiza y poderosa, no existe como tal. El duelo, la tensión dramática, el hilo conductor de la tragedia radica en que el conflicto late entre el Mal y la Necesidad de sobrevivir. Sobrevivir incluso asumiendo el odio y la idea de la venganza, porque asumir la resignación es antinatural. Antinatura parece la pretensión del conde Cenci, que lleva su perversidad y su lujuria hasta el límite: la tortura y el incesto. El lector-espectador no llega a saber si el conde es el padre biológico de su hija o no. Cenci niega su paternidad varias veces, alegando que ella es hija bastarda, aunque Beatrice duda de sus palabras. Aun suponiendo que esa afirmación sea cierta, la dureza de este hombre, capaz de torturar a sus otros hijos hasta límites insospechados, es atroz y desalmada. Por ello, la idea de la venganza late con tal fuerza en la mente de la protagonista que ella misma justifica las visiones de la Virgen y del diablo. Según ella ambos le asesoran y le dictan la orden de consumar esa venganza aderezada con la tortura. Le instan a poner en práctica la ley del talión.


Las partes más interesantes de Némesis son acaso las que reflexionan acerca de la doble moral de la Iglesia, esa falsa religión (en diferentes épocas totalitaria o cómplice de algún totalitarismo) que auspicia un desamparo total de quienes sufren la verdadera injusticia aplicada por la tenaza del poder. Asegura el propio torturador, hablando de la hipocresía eclesiástica: Martirizan y matan por un credo del cual ellos no conservan ni la más mínima huella.


Páginas más adelante dice el prometido y cómplice de Beatrice: Cristo predicó el respeto y la hermandad entre los hombres. Sus representantes y su falso séquito utilizan torturas y humillaciones que sólo unos salvajes inhumanos podrían inventar. Y más adelante añade: ¿Qué puede ser más peligroso que el grupo de corruptos y locos que dirigen el mundo y su orientación espiritual? Los excesos del pueblo llano, por muy graves que parezcan, serán un juego infantil comparados con la abominación organizada, bajo la cual el pueblo se lamenta, sufre y es moralmente contaminado.


Esta lectura en clave ética y humana encierra gran interés. Por un lado, porque la historia se desarrolla en tiempos de la Inquisición, época oscura para la libertad humana. Segundo, porque el equilibrio entre el Bien y el Mal, como conceptos sólidos, es puesta en tela de juicio por una muchacha que siente el ansia y el deseo del odio. Necesita odiar para sentirse viva. Necesita creer en una fórmula de respuesta (violenta, incluso) para poder darle algún sentido a todo lo que ha padecido junto con sus hermanos.


Precisamente ahora que ha salido a la luz el asunto del pervertido monstruo de Austria que encerró y violó a su hija durante más de veinte años, estamos ante un texto que ilustra precisamente lo que podría pensar y sentir una muchacha acosada por ese horror: quizás un odio más allá de lo terrenal, un odio casi religioso. Creo que ésa es la clave del libro.


Nobel logra que, en un caso tan extremo, la venganza sea una comunión, un modo de penetrar de nuevo en el sentido de la vida, un anhelo de existir que, en los periodos álgidos de sufrimiento, parecía perdido. Tras muchos rezos y plegarias infructuosas, cuando nada tenía sentido ya salvo acaso desear la muerte como única evasión posible, Beatrice finalmente se revela. Su deseo de vivir late merced a ese deseo de destruir la fuente de tanto dolor, de extinguir la personificación del Mal.


(artículo publicado también en la revista on-line Luke)


F.Palazuelos


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Una joya
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Mendel el de los libros


Autor: Stefan Zweig
Edita: Acantilado.
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Adentrarse en esta joya breve escrita en 1929 incita a saber más y más de la obra de Zweig. Esta delicia es una hermosa reflexión acerca de la tenacidad, la memoria, la concentración y la vocación. Porque el tema central es la pasión que un individuo extravagante siente por el mundo de los libros. Un emigrante ruso, el judío Jakob Mendel, a quien en el café en el que pasa las horas le conocen como Buchmendel (traducido al castellano como Mendel el de los libros), pasa la vida entre catálogos y libros, y hace de su memoria enciclopédica un modo de vida. Pobre y solitario, parece que su único placer consiste en dar rienda suelta de cuando en cuando a una leve vanidad: la que experimenta al ver que su archivo bibliográfico mental es útil para conseguirle a un cliente tal o cual ejemplar. Demostrar su valía cuando le ponen a prueba, ese el espíritu de su existencia.


El libro de Zweig está plagado de interesantes reflexiones, muchas de ellas sublimes, como la de la página 43 respecto a la atrocidad que fue el confinamiento de seres humanos en la primera guerra mundial. Por cierto, tremendo párrafo si uno tiene en cuenta lo que se avecinaba con la ascensión de los totalitarismos pocos años más tarde.


Respecto al tema central, hay en la página 20 una frase que aglutina la esencia de Mendel: “Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado.” Y añade a continuación: “Pero tampoco leía aquellos libros para entenderlos, en su contenido espiritual y narrativo.”


La primera parte de esta cita doble encierra una gran belleza poética. No obstante la gran calidad del libro, tendré la osadía de analizar la segunda frase. A mi entender, Zweig comete un leve desliz. Y es que a uno le cuesta concebir la posibilidad de que un hombre que lleva toda una vida consagrada a los catálogos, los títulos, las bibliografías de autor y las fechas de edición, no acabe absolutamente engullido por el amor completo a los libros, es decir, no sólo a sus referencias (precio, edición, etc.), sino a su contenido. En varias ocasiones el narrador explica la inmensa capacidad de concentración del viejo Mendel, que solía quedar embebido en sus lecturas aun en medio de los ruidos del café Gluck. Si pudiera servir de algo esta sugerencia fuera del tiempo, le diría a Zweig, ante una taza de café, que su personaje obligadamente debía de haber quedado prendado de los contenidos de las páginas. Porque si algún poder tienen los libros, si algún veneno ocultan, si algún influjo provocan, es el de cautivar. Lo mismo que el autor nos imanta con su historia (curiosamente el asunto que lleva al narrador a buscar la opinión del viejo es el magnetismo), Buchmendel debería haber caído rendido ante el poder atrayente de la literatura.


Después de este comentario, mientras Zweig me mirara intrigado, como preguntándose quién demonios me creo para entrometerme en una frase de su novela, yo ahondaría en su profunda humanidad, y además de elogiar con admiración su talento narrativo, le preguntaría de dónde procede su interés por esa nobleza oculta en los perdedores. Diría que eso le honra. Diría también que, además de un magnífico escritor y un excelente humanista y observador de la realidad y la psicología, el autor de una obrita como ésta ha de ser una persona íntegra, un hombre bueno capaz de creer en alguna modalidad de justicia.


(artículo publicado también en la revista on-line Luke)
F.Palazuelos


En el café de la juventud perdida
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Autor: Patrick Modiano
Edita: Anagrama, 2008
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Novela breve fragmentada en cinco partes diferenciadas por la voz narrativa, que va variando. Todas ellas están narradas en primera persona, y todas orbitan alrededor de una joven veinteañera apodada Louki, una de las parroquianas del café Condé. La tónica dominante del libro es una reminiscencia existencialista, posiblemente debido a ecos en la memoria del propio autor. Modiano parece haber buceado en ciertos recuerdos de su juventud. Se adentra en los suburbios filosóficos de la humanidad de esa época, en la espesura silenciosa de esa enorme niebla impersonal que en muchos aspectos es una gran ciudad. Y lo hace como si su pretensión fuera rescatar esa etapa de dudas e inconsistencia de un adolescente que se formula preguntas, que se siente solo, que está herido por alguna modalidad de melancolía. Es posible que para encarar estas páginas haya reconstruido sentimientos propios de ese tipo, sentimientos de sentirse solo e incomprendido en un mundo que se aprecia ajeno.

Aunque el tipo de lenguaje y de montaje técnico de Modiano no tiene nada que ver, por ejemplo, con algunos escritores norteamericanos, hay mucho de desarraigo en sus personajes. Mucho de pérdida. Mucho de vacío.

La novela habla del París de los años 65, de una parte de una generación que necesitaba buscar su identidad, seres que no encontraban su lugar en el mundo. Modiano no trata la política, los asuntos sociales o de la cultura, como tampoco penetra en intimidades individuales. Exclusivamente se centra en varias personas que confluyen en un café, bohemios de 20 años y unos pocos adultos que reniegan de los sueños, gente que conversa y comparte sus momentos vacíos, y que a menudo beben mucho. Se juntan para dar salida a su necesidad de contacto fraterno, a su urgencia de calor afectivo. Esto es algo que no se expresa en el libro, pero que se comprende por ser algo intemporal y clásico en la vida de una gran ciudad. El autor no aclara de qué modo subsisten estas personas, cuáles son sus pretensiones para el futuro, quiénes son, de dónde vienen. Ésta es precisamente una de las claves que utiliza el autor, dado que el individuo bohemio es, como uno de los personajes explica al principio, una persona que vive al día, sin pretensiones de futuro. La dueña del café veía a los parroquianos como “unos perros perdidos”; “supo desde el principio que las cosas iban a irnos mal”. El personaje-primer narrador busca acepciones de la palabra bohemio: “persona que lleva vida de vagabundo, sin normas ni preocupación por el mañana”. No es gratuito que el libro que más circula por el café se titula Horizontes perdidos. El primer narrador dice: “El café Le Condé era para mí un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida. Habría una parte de mi vida (la mejor) que algún día no me quedaría más remedio que dejar allí”. Sobre todo en la primera de estas dos frases radica la clave del libro. Es como si la esencia de la novela estuviera inmersa en esas pocas palabras, formuladas con una trascendencia triste y solitaria, evocadora y nostálgica también, dado que se supone que todo se cuenta mirando al pasado, en “aquellos tiempos”.

Como intentando encajar los testimonios con la técnica narrativa elegida por el autor, el primer narrador dice: “Si toda aquella época sigue aún muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta”.

Una de las partes la narra la propia Louki. Esto es quizás un punto extraño, puesto que el libro se conforma en una serie de confesiones o remembranzas de los personajes que van hablando en cada capítulo. No sabemos cómo se juntan estas confesiones, aunque posiblemente no debemos preguntarnos esto, pues es la licencia creativa elegida por el autor para montar su historia. No sabemos tampoco quién recoge en realidad el testimonio de la propia chica, cuando ella habla de sí misma, de sus paseos por París cuando es una niña de quince años, de su matrimonio erróneo unos pocos años después, de su vacío, de su vida en las zonas neutras, de su recorrido cinético hacia la materia oscura. Es muy curioso que al autor se le escape utilizar este recurso, pues en varias ocasiones un personaje habla del Eterno Retorno y una vez menciona la materia oscura; y en el cenit de la novela, con la noticia del suicidio de Louki, el personaje obsesionado con estas cuestiones no relaciona la muerte voluntaria de la chica con el Eterno Retorno, la materia oscura y la zona neutra (inevitable y eterna por antonomasia, en mi opinión), que indudablemente para un escéptico sería el más allá, el espacio o barrio o habitación de alquiler que hay más allá de la muerte, donde se aguarda al bohemio, al melancólico más puro, a los miembros más destacados de la juventud perdida. Es precisamente una juventud perdida aquella que no tiene alternativa o remedio, o aquella que no desea creer en nada, que no le agrada el mundo que le rodea pero que no pretende cambiar. Lástima ese leve error: no haber hecho un juego dramático-filosófico con eso, pues hubiera estado en consonancia con esa trascendencia-vacío que en realidad va adoptando el libro a lo largo de sus páginas.

Con respecto a los personajes, es una lástima que no surjan algunos pocos diálogos con otros asiduos del café, algo que aporte color humano a esa relación que el autor deja entrever muy poco. Sabemos que hubo gente así. Intuimos que aún puede haberla. Pero si bien el lector inconscientemente ansía siempre saber lo más posible de los personajes, cierto tipo de autores insiste en mostrarnos sólo lo que creen necesario. Dejan un poso hermético, cifrado, misterioso. Si bien esta técnica es muy vigente, no está reñida con alguitas pinceladas de trato humano, de diálogo descontextualizado incluso, algo que haga ver que los personajes son reales, y no de cartón piedra. No obstante, Modiano es fiel a su juego y maneja bien sus cartas: “Sigo sin comprender por qué Louki... Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella”. Son palabras de uno de los personajes. Comienza insinuando que desea (incluso él, no ya lector, sino personaje) saber algo más de la muchacha, pero en esos puntos suspensivos cabe la comprensión, el admitir que en la vida (y en las novelas, parece decirnos el autor de forma velada), uno ha de conformarse con admirar y comprender a las personas aun sin llegar a tener un conocimiento absoluto de su alma, de su verdad.

Un libro sobre el vacío existencial, sobre el vértigo ante la vida, sólo podía culminar con un salto al vacío, un gesto dramático, y unas palabras que subrayan el dolor de vivir, la angustia de no saber cómo ni por qué: Tras pasar una pierna por encima de la barandilla de un balcón, Louki murmura, se dice a sí misma antes de saltar: “Ya está. Déjate ir.” En esas palabras Modiano comprime la desesperación, la claudicación, la falta de esperanza, lo descreído ante la puerta del Eterno Retorno que es una barandilla en una habitación neutra perdida en un París lleno de ruidos que tapan silencios y soledad.

Un último apunte, respecto a la imagen de cubierta. Resulta que la fotografía habla en un tono muy distinto a la novela. Aparece una chica en la mesa exterior de un café parisino. Está sola, ante una taza de café vacía, anotando algo con un bolígrafo y con un cigarrillo que se dispone a encender (encendido que pospone por la atención que presta a lo que escribe). Esa chica muestra desenvoltura, personalidad, talento, inquietudes. Manifiesta ganas de vivir y un modo de ser emprendedor. Es una mujer independiente y llena de proyectos, de planes... Esa fotografía demuestra que se puede ser lo contrario a Louki, que incluso con antecedentes adversos, de una infancia o adolescencia dura, se puede ser una persona con seguridad en sí misma, tenaz y emprendedora.

F.P.





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