Entrevista acerca de Las manos del ángel





La trama se desarrolla en Cuba a finales del siglo XIX y en el contexto de su guerra de independencia. ¿Por qué esa ambientación? ¿Qué te ha motivado?
Me atrae mucho esa época entre dos siglos, cuando los hombres intuían el inicio de la modernidad. Aún coletean los últimos románticos, pero sin ellos percatarse se empapan del afán de la ciencia, de la literatura, de la música. Es el caso de Carlos Juan Finlay, un sanitario muy lúcido y honesto que dedicó su vida al estudio y las tareas sanitarias, sobre todo a la investigación de la fiebre amarilla. Es un personaje secundario en mi novela, pero refleja muy bien el espíritu de la época, un afán emprendedor que me fascina.

¿Hay en el libro un análisis de la sociedad cubana de ese momento, de su problema racial, de su sed política?
En cierta manera, sí. Pero es un análisis velado, que bucea por debajo de los hechos anecdóticos que se cuentan. No es el narrador quien emite juicios, sino que son los propios personajes quienes opinan y adoptan determinaciones en relación a lo que viven. La situación política después de una guerra de diez años, aún sin saciar la sed de independencia, hace que la isla se debata entre el lastre de su economía de origen colonial, el conflicto de las razas y el delicado asunto de la identidad nacional.

Uno de los rasgos de Las manos del ángel es un cuidadoso trabajo con la ambientación histórica, ¿fue necesario que hicieras una investigación previa a la escritura del texto, o se fue dando sobre la marcha?La fase de documentación fue costosa, pero grata. Creo que la narrativa española tenía una asignatura pendiente. Me parecía interesante enmarcar una narración en la antigua colonia de las Antillas, un auténtico hervidero de empeños y de búsquedas de una nueva vida, un lugar lleno de calor espeso, miserias, crímenes y ansias de riqueza. He pretendido acercarme, con una historia entretenida, a hechos que aquí, al otro lado del Atlántico, quedaron ciertamente velados.
Algunos pasajes nos recuerdan fantasías propias del realismo mágico, pero la narración directa frena esta especulación. ¿Hay una voluntad expresa de no caer en ese cliché?Sí, y de un modo muy consciente. En la narrativa sucede una paradoja. La crítica suele adoptar dos caminos ante un libro que le recuerda a un autor consagrado: el del elogio, con frases como: "es heredero de..." "un homenaje a..."; o el de acusar al autor de usar un estilo cuya gloria lo hace ya insuperable. Esto último sucede con cualquier semejanza con el realismo mágico. Es cierto que en el libro hay hechos ciertamente inverosímiles. Pero lo curioso es que muchos de ellos son verídicos, como por ejemplo la obsesiva búsqueda del doctor Knoche o la tenacidad del hombre parapléjico que cabalga atado con unas correas, basado en un personaje real que fue herido en la espina dorsal durante la Guerra de los Diez Años.

Juan Manuel de Prada ha destacado de tu novela que el personaje principal está teñido de humanismo, que hay en él una atrayente búsqueda personal…Decir eso de un personaje de ficción es un halago que agradezco. No hay mejor motivo para escribir que el de formular preguntas. La búsqueda de Cirilo obedece al deseo de todo ser humano de saber quién es realmente y qué espera en la vida. Expongo la aventura que vive Cirilo, pero esta aventura quedaría en nada sin esa visión poética que tiene del mundo, sin sus ojos heridos, sin sus manos curtidas por un trabajo que no se comprende. Él desea cursar estudios de medicina, porque le fascina la ciencia y la anatomía. Le atrae la magia de la vida, y en esa búsqueda suya del conocimiento hay un deseo de explicar su propia existencia y su anhelo de sentirse útil en un lugar con nuevas fronteras. Esa es su búsqueda más consciente, pero arrastra otra: la de conocer la verdad con respecto a su progenitor.
Su padre es un personaje con un peso específico muy grande en la trama. ¿Qué función desempeña dentro del sistema de personajes que planteas?Es el pasado de Cirilo, y también una sombra que efectivamente flota a su alrededor. Refleja la difícil dicotomía de la adolescencia: por una parte odiar al padre, para que de esa confrontación aflore el yo; y por otra amarlo con locura por haberle dado la raíz que le sujeta a la tierra. En cuanto a su papel activo en la historia de Cuba, este personaje sirve muy bien de observatorio para dotar de un punto de vista político y social a la ambientación. Es un personaje clave para redondear el guión histórico y el tránsito personal de Cirilo.



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